
El bar está a reventar, todos estamos reunidos ante la emoción inminente de la redada. Ahora televisan cada vez que hay un desmembramiento humano, esos de los monstruosos héteros que son investigados, esos que se creen ocultos, son violentados por turbas organizadas por La Hermandad. Todos ponemos la máxima atención… bueno, no todos, para mi placer, pues a pesar del sonido estridente, alcanzo a escuchar ese ruido de succión que Rodrigo hace con mi verga en su boca, eso que tan prendido me pone. Lo disfruto, son dulces sus labios para mi pene erecto. Él lo disfruta también, mi falo es su paleta con centro cremoso favorita. Yo le acaricio la cabeza, sus cabellos lacios y suaves, y alterno a ver su boca y lengua en acción con la escena de televisión. Va la turba en silencio, la noche, las cámaras estratégicamente posicionadas para tener la mejor imagen de todos los ángulos posibles. A Rodrigo le gusto más lampiño, así que lo dejo rasurarme, le gusta así porque así es como nos conocimos: ambos sin pelo alguno. Así, mientras él cena verga y me masajea los testículos con una mano y con la otra me penetra con el dedo medio y me da un masaje prostático; yo disfruto, porque quien crea que el hombre sólo tiene como punto de placer el pene, se equivoca mucho. Por ahí veo de reojo a Gabo, de espaldas a mí, con una niña en sus piernas. También está Lola la tetona que deja a Daniel que se prense de sus pezones como si su vida dependiera de ello. Todos de espaldas. A Fabián lo veo con el maestro de orientación sexual, Fabián abierto de piernas, con su vagina femenina peluda y el maestro penetrándolo como si fuera una putilla. Fabián estaría viéndome, pero sólo veo la nuca del profesor.
Hay mucha gente, jóvenes, viejos, de pieles lisas y hermosas hasta arrugadas y con bolsas colgantes en los brazos; delgados y gordos, están los feos y los hermosos, están los lampiños y los peludos osos, altos y bajos, los orales, los anales, los genitalactivos, están los de un sexo y los de dos, los indefinidos y los dudosos, están los familiares, los muertos, los fetichistas, hay sados y masos, hay musculosos y delgaduchos, también los afeminados y los masculinos, hombres con hombres, mujeres con mujeres, mujeres con hombres, están los zoofílicos y los gerontofílicos. Estamos todos juntos en una hermosa bacanal, con la mirada ausente, dejamos que la televisión nos muestre la realidad, que nuestras vidas dirija. No vivimos, observamos, porque es más fácil peladito y a la boca. En bandeja de plata. Todos pasivos. En parsimonia.
Entonces, agresivos, excitados, sacan a la familia de la casa, los jalan del cabello, les rompen las ropas, les quitan la dignidad, los levantan, y aunque se defiendan, nada pueden hacer. Parece un concierto. En el aire, comienzan a mangonearlos, a romperlos. Gritamos, en el bar, de emoción. De coraje y placer. De venganza. Gritamos victoriosos, gemimos emputecidos. Malditos infectos. A los niños, tienen una niña y un niño menores, lampiños, los violan con sus propias manos, les arrancan los sexos, los obligan a comerse sus sexos, luego hacen fila los de la turba para violarlos: a la niña es analmente, vaginalmente, oralmente, y a dos jovencitos se les ocurre la magnífica idea de usar sus cuencas de los ojos para penetrar ahí. Su lubricante es la sangre. Al niño lo violan analmente, mientras otros más defecan sobre él, orinan sobre él, y tres hombres le meten cada uno su respectiva verga para rasgarle las mejillas: éstas se abren, se rompen, y uno que parece que tiene verga de elefante, le tira los dientes a golpes y lo penetra para ahogarlo. Una verga de treinta centímetros le obstruye la garganta. Lo dejan para los necrófilos. A la niña, luego de cegarla, la penetran entre siete. Ambos menores ya son muñecos sin vida. Luego de asegurar que vieron la muerte de sus hijos, al padre y a la madre los levantan, y en aire, cuando los desmiembran, cuando les arrancan las manos, los pies, los brazos, cuando la sangre brota y las venas cuelgan, cuando sus cuellos son girados como tornillos para arrancarles la cabeza, cuando sus ojos son usados como canicas y cuando sus cuerpos macerados son aplastados hasta volverlos una masa que sirve de comida para perros y caníbales, cuando usan sus cabezas como pelotas de futbol, cuando su hogar arde en llamas para erradicar la enfermedad que se contagia, cuando todo eso pasa; todos nos venimos al mismo tiempo, todos dejamos nuestros fluidos salir.
Yo veo a Rodrigo atragantarse de tanto líquido que le encanta, ese que lo vuelve loco. Sus mejillas se llenan, se inflan, traga, traga el putito, y con mi miembro durmiéndose en su boca me ve desde abajo y me sonríe, y luego me abraza.
Sí, se ha hecho justicia. Estoy orgulloso.